TOMÁS MORO EN VENEZUELA

3 04 2007

          En los alrededores del año 1500 nació y vivió en Inglaterra Thomas More, cuyo nombre, con el tiempo y la tumba latina, vino a ser Tomás Moro. Recibió una esmerada educación, se casó, tuvo hijos, enviudó y se volvió a casar. Pasó a la política y llegó a las cercanías de uno de los hombres más poderosos de su tiempo: Enrique VIII. Con dedicación Moro llegó a ser Canciller y persona de gran confianza e influencia. Luego tuvo diferencias con el Rey,  especialmente asociadas con su empeño de deshacer su matrimonio con Catalina de Aragón, pues la inquieta entrepierna de Enrique le exigía variedad. Las cosas fueron a peor y el Rey inglés decidió romper relaciones con el Papa y autonombrarse jefe de la Iglesia en su País para  así decidir sin tantos trámites. Tomás Moro se opuso fuertemente a todas estos cambios y, para hacer el cuento corto, el Rey lo encarceló, pasó un año preso y luego ordenó que lo decapitaran. Como Tomás  murió por asuntos de principios y llevó además una vida ejemplar fue llevado a los altares y  santificado.  Hace poco, y considerando su particular historia, en el año 2000, Juan Pablo II, lo nombró Patrono de los gobernantes y de los políticos.       

            Así las cosas, de la misma manera que todo camionero debe llevar una imagen de San Cristóbal en el chuto y existe la obligación de que bomberos y pirotécnicos le recen a Santa Bárbara, deben ahora, los gobernantes y políticos empezar a pararle a la vida y obra de Santo Tomás Moro para que le recen y se compongan.       

            Lo primero que se evidencia es que el malo del cuento es Enrique VIII, ya que por muy rey que fuese, no tenía que haber cortado, a lo macho, sus relaciones con nadie  y podría haber obtenido soluciones alternas con buenas maneras.

            Lo otro es eso de mandar a poner preso al que no estuviese de acuerdo con él y de ñapa cortarle el pescuezo al ver que, después de un año encerrado, Tomás seguía en la misma posición. Por ello el primer aprendizaje es que la intolerancia y las decisiones a la brava son exactamente lo que un gobernante no  debe hacer.        

            Tomás Moro mostró el camino de los principios y pagó con su vida el mantenerlos. Clase magistral para todos los políticos venezolanos que con el tiempo se han creado una fama de guabinas camaleónicas capaces de cambiar, modificar y convenir cualquier cosa con tal de conseguir beneficios. Moro mostró, además, que un funcionario público, y del más alto rango, puede no solamente ser honesto sino que puede hasta llegar a ser santo.         

            Por último se puede especular de una posible travesura de Juan Pablo II, poniéndole el mismo patrono al político que gobierna y al político de oposición. Quizás para recordarnos que ambos deben tener un mismo sentido de dirección para su País y  apoyarse y tolerarse. El que así no lo haga y venga irrespetando, gritando, amenazando y cambiando todo porque a él le da la gana y copiando esquemas paganos como lo es el comunismo es, a todas luces, un gobernante indeseable y hay que rezarle a Santo Tomás Moro para que nos ilumine y nos enseñe la salida política a esta pesadilla organopónica.


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